
Por Jose Palomino
Lo del Real Madrid ante Pachuca no fue solo un partido más en la fase de grupos del Mundial de Clubes. Fue una declaración de intenciones. Un recordatorio de que incluso cuando todo se tuerce desde el inicio, este equipo saca pecho y responde como lo que es: un gigante con memoria de campeón y alma de gladiador.
Foto: Luis Gabriel (MARCA)
Una prueba temprana y una reacción madura
La expulsión de Raúl Asencio a los seis minutos dejó claro que el guion del encuentro no seguiría líneas convencionales. Cualquier otro equipo —incluso algunos grandes— habría optado por encerrarse y esperar el paso de las horas como quien espera una tormenta. Pero el Madrid no. Xabi Alonso no solo no retrocedió, sino que reformuló su estrategia en tiempo real, apostando por mantener el control del balón y exigirle al rival desde la inteligencia táctica.
Courtois: el que nunca falla
Lo de Thibaut Courtois trasciende lo estadístico. Sus intervenciones, algunas silenciosas para los resúmenes pero estruendosas para el devenir del partido, fueron claves para sostener el edificio táctico que planteó Alonso. En días como estos, queda claro por qué el belga es considerado uno de los mejores porteros del siglo.
Arda Güler y Gonzalo: presente que huele a futuro
La madurez de Güler para asumir el timón del equipo fue sorprendente, o mejor dicho, ilusionante. No solo repartió juego, sino que transmitió personalidad. Gonzalo García, por su parte, volvió a mostrarse como un delantero moderno, generoso en el esfuerzo y lúcido en la lectura. Ambos representan el proyecto de renovación silenciosa que ha emprendido el club sin abandonar su ambición.
Rodrygo, la sombra en la foto
Y sin embargo, no todo fue celebración. La ausencia de Rodrygo Goes en la rotación —ni siquiera calentó— dejó una sensación inquietante. Que el brasileño, llamado hace no mucho a ser estrella, no haya contado en un partido de máxima exigencia arroja una lectura inevitable: quizás el ciclo se esté cerrando. No por falta de talento, sino porque el tren del Madrid no espera a nadie.
Una victoria que no solo suma, también transforma
El 3-1 final es engañoso en el mejor sentido: no refleja solo goles, sino evolución. La forma en que el Madrid manejó la inferioridad, la solidez con la que defendió la ventaja y la claridad con la que ejecutó sus ataques dejan entrever un equipo en plena transformación. Los jugadores ya no solo obedecen, empiezan a interpretar las ideas de su técnico.
Este triunfo consolida al club en lo alto del grupo, pero sobre todo lo reafirma emocionalmente: se puede confiar en este Madrid. Y cuando el Real confía, el resto debería empezar a preocuparse.
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